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martes, 8 de marzo de 2011

8 DE MARZO: NADA QUE CELEBRAR



Mis queridas mimosas. Por Gabriele Adinolfi.

No sé qué tenemos que celebrar.
Ni siquiera se trata de objetar sobre las razones históricas que han originado esta fiesta o de la importancia que ha llegado a tomar en los siguientes años. Tampoco hay mucho que discutir sobre la situación de la mujer hoy día. No sé qué se ha de celebrar, porque ya no existen las situaciones que originaron aquellas reivindicaciones. Las mujeres querían los mismos derechos que los hombres; o querían ser iguales que los hombres; o incluso querían demostrar que eran mejores que los hombres. Cualquier cosa que se quiera pensar en cuanto a esto, hoy ya no tiene sentido, porque hoy no existen los hombres.
La sociedad eunucoide y maternal ha conseguido deseducarlos. Ya no hay sueños, ni aventuras, ni libertad, ya no hay orgullo, imperan los códigos de comportamiento y obligaciones de cualquier naturaleza. Hasta los niños son culpabilizados por todo lo que demuestre virilidad.
Los niños son envueltos en valores sociales y culturales que aseguran la continuación de su estado fetal hasta la sublimación final en la castración: espiritual, comportamental, existencial, legal.
¿Y la mujer?, ¿y la mimosa?
La mujer-amazona que quería destruir los  establecidos esquemas de la familia, ha dejado de ser amante para convertirse en esposa y madre de caballitos de voces blancas que siguen a su lado indiferenciados unos de otros, empeñada en recitar la comedia de pareja e invariablemente desilusionada.
La mujer-amazona se ha perdido a sí misma. La maternidad presente en su ser,  se fusionaba a la vez vencida y cautivada  por el amante-muchacho ante el cual se descubría desarmada hasta rendirse-o quizás a ilusionar e ilusionarse de haberse rendido- hasta abandonarse perdida, y así, final y felizmente reencontrada.
¿Era vencida o cautivada por el hombre?
No por el hombre en cuanto a tal, no ciertamente, y es que no se trata de competencia,  en eso la mujer vencerá siempre, sino del hombre que se niega a poner su cabeza en cualquier sitio. De ese hombre que está dispuesto a perderlo todo y arriesgarse a sí mismo, a reírse de los dramas y a sonreír en las tragedias, pero que al mismo tiempo tiene la presencia de espíritu, la fuerza, y la lucidez de ocuparse de los demás- o también de ella- mientras a lo largo de las calles no hay nada tranquilizador. En una palabra: un hombre.
Pero hoy, el hombre ha sido castrado espiritualmente desde la cuna, y la masculinidad es un factor mecánico, un simulacro.
Hoy el hombre ya no es el muchacho que le haría enloquecer, sino más bien aquel muñequito sumiso y sin carácter con el que jugaba de pequeña cuando imitaba a mamá.
Hoy la mujer se encuentra perdida. Busca al hombre pero no lo encuentra, y no encontrándolo, no se encuentra a sí misma, porque todo es especular, y la separación del cosmos, la fragmentación, el aislamiento, la no reciprocidad, la no complementariedad, la no armonía, y la resistencia a cualquier alquimia provocan solo infelicidad.
No sé qué tenemos que celebrar mis queridas mimosas. Estáis perdidas: buscáis desesperadamente al hombre pero no lo encontráis. Y cuanto más intentáis, como sustituto, educar a uno domesticado que responda a aquello que creéis pretender de él,  al verlo manso y amaestrado, ansioso y neurótico, más os disgusta y más os alejáis de él. No sé qué deberíamos celebrar mis queridas mimosas, Diógenes respecto a vosotras tuvo mayores posibilidades.


 traducción: Area Identitaria