Reformular, reproponer, reencarnar y llevar al acto, impreso pero, ante todo, vital, un tejido de principios atemporales, de cuya última y grandiosa manifestación fue testigo Europa hace algo más de medio siglo, es el sentido de este proyecto editorial, en el que se entrelazan «sodalicio político» y «sodalicio productivo» en un único «recinto de acción». Y aquí reside la razón de elección de un nombre antiguo, casi olvidado, pleno de valencias simbólicas.
El «Recinto del Centro», el Mídgard éddico, mundo central de la cosmología germánica, es el ámbito de un devenir humano en perenne conflicto metafísico, enmarcado en un tiempo cíclico por dos crisis, fundacional una y escatológica la otra. Centro, que dota de inteligibilidad al cosmos en tanto que morada del hombre, y Recinto de acción, de lucha por el Orden, en férrea vinculación vertical con el Asgard –el «Recinto de las Potencias»–, fuente de axialidad espiritual, el «Recinto del Centro» ha de ser defendido sin descanso frente al Utgard –el «Recinto Exterior»–, el caos manifestado, huérfano de toda dimensión trascendente. «Defensa» que no es sino des-velación del Principio, recubierto por los lienzos de la manifestación. El Mídgard es, así, la imagen espacial, cristalizada en un instante eterno, del conflicto, a un mismo tiempo interior y exterior, que define al hombre como tal.
Pero al étimo islandés hemos preferido el casi desconocido nombre gótico, Midjungards, por ser el propio de una lengua –y en consecuencia de un paisaje mental– que ha penetrado todos los idiomas hispánicos. Preservada de manera casi subrepticia en la tradición textual ulfilana, en tres fragmentos bíblicos, pero también en la anónima Skeirins –una literatura bíblica bien conocida en Hispania como atestigua Isidoro en su HG (8, 1-31)– fue una palabra perteneciente a la liturgia y al imaginario conceptual de un pueblo clave en la conformación de lo que somos, todavía, hoy. Midjungards constituye una forma más arcaica que la propia Mídgard –al igual que el «ansis» gótico es una forma más cercana al étimo protogermánico que el «ass» escandinavo–, cuyo sonido nos remonta más atrás aun, más cerca de las edades en las que resultaba más natural «ver» y «oír», a pesar de su inefabilidad –paradojas del lenguaje– el Ser.
http://emidjungards.blogspot.com/
El «Recinto del Centro», el Mídgard éddico, mundo central de la cosmología germánica, es el ámbito de un devenir humano en perenne conflicto metafísico, enmarcado en un tiempo cíclico por dos crisis, fundacional una y escatológica la otra. Centro, que dota de inteligibilidad al cosmos en tanto que morada del hombre, y Recinto de acción, de lucha por el Orden, en férrea vinculación vertical con el Asgard –el «Recinto de las Potencias»–, fuente de axialidad espiritual, el «Recinto del Centro» ha de ser defendido sin descanso frente al Utgard –el «Recinto Exterior»–, el caos manifestado, huérfano de toda dimensión trascendente. «Defensa» que no es sino des-velación del Principio, recubierto por los lienzos de la manifestación. El Mídgard es, así, la imagen espacial, cristalizada en un instante eterno, del conflicto, a un mismo tiempo interior y exterior, que define al hombre como tal.
Pero al étimo islandés hemos preferido el casi desconocido nombre gótico, Midjungards, por ser el propio de una lengua –y en consecuencia de un paisaje mental– que ha penetrado todos los idiomas hispánicos. Preservada de manera casi subrepticia en la tradición textual ulfilana, en tres fragmentos bíblicos, pero también en la anónima Skeirins –una literatura bíblica bien conocida en Hispania como atestigua Isidoro en su HG (8, 1-31)– fue una palabra perteneciente a la liturgia y al imaginario conceptual de un pueblo clave en la conformación de lo que somos, todavía, hoy. Midjungards constituye una forma más arcaica que la propia Mídgard –al igual que el «ansis» gótico es una forma más cercana al étimo protogermánico que el «ass» escandinavo–, cuyo sonido nos remonta más atrás aun, más cerca de las edades en las que resultaba más natural «ver» y «oír», a pesar de su inefabilidad –paradojas del lenguaje– el Ser.
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