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domingo, 9 de diciembre de 2012

INTRODUCCIÓN A LA METAFÍSICA, UN TEXTO DE HEIDEGGER.






  Publicamos el siguiente texto del filósofo alemán Martin Heidegger escrito en 1936. Aclarar que aunque hoy, más de setenta años después, el problema de Europa continúa siendo el mismo, acrecentado y agravado, Rusia debe entenderse como la potencia comuista y no el país en sí, y por tanto, como la otra cara junto al americanismo de lo que hoy denominamos mundialismo.

MARTIN HEIDEGGER. INTRODUCCIÓN A LA METAFÍSICA (escrito en 1936). Ed. Nova, Buenos Aires, pp. 75 y ss. Traducción de Emilio Estiú.

Este texto recuerda poderosamente el tema del último hombre de Nietzsche y es sin duda uno de los textos que más han influido en la Nouvelle Droîte.

Esta Europa, en atroz ceguera y siempre a punto de apuñalarse a sí misma, yace hoy bajo la gran tenaza formada entre Rusia, por un lado, y América, por otro. Rusia y América, metafísicamente vistas, son la misma cosa; la misma furia desesperada de la técnica desencadenada y de la organización abstracta del hombre normal. Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan ‘experimentar’ simultáneamente, el atentado a un rey, en Francia, y un concierto sinfónico en Tokyo; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares -entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo ese aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? -¿hacia dónde?- ¿y después qué?

La decadencia espiritual de la Tierra ha ido tan lejos que los pueblos están amenazados de perder la última fuerza del espíritu, la que todavía permitiría ver y apreciar la decadencia como tal (…). Esta simple comprobación no tiene nada que ver con el pesimismo cultural ni tampoco, como es obvio, con el optimismo. En efecto, el oscurecimiento del mundo, la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la masificación del hombre, la sospecha insidiosa contra todo lo creador y libre, ha alcanzado en todo el planeta tales dimensiones que categorías tan pueriles como las de pesimismo y optimismo se convirtieron desde hace tiempo en risibles.

(…)

Decíamos que Europa yace en medio de la tenaza formada por Rusia y América y que metafísicamente -es decir, con referencia a su carácter mundial y a su relación con el espíritu- ambos países son iguales. El puesto de Europa es tanto más funesto por cuanto la impotencia del espíritu procede de ella misma y -aunque preparada desde antes- se determinó definitivamente en la primera del siglo XIX, a partir de su propia posición espiritual. Entre nosotros se produjo, alrededor de la época que se designa de buen grado y brevemente como ‘derrumbe del Idealismo alemán’. Esta fórmula es, por así decirlo, como un escudo protector, tras el cual se oculta y encubre la falta de espíritu que ya despuntaba, es decir, la disolución de los poderes espirituales, el rechazo de todo preguntar originario por los fundamentos y sus condiciones. En efecto, no sólo se derrumbó el Idealismo alemán sino que la época ya no tuvo suficiente fuerza como para seguir acrecentando la grandiosidad, extensión y originalidad de ese mundo espiritual, o sea, como para realizarlo verdaderamente (…). La existencia comenzó a deslizarse hacia un mundo que carecía de aquella profundidad, a partir de la que en todo caso podría llegar y retornar lo esencial al hombre, pues ella es lo que lo constriñe a llegar a la superioridad y le permite obrar conforme con una jerarquía. Todas las cosas cayeron sobre un mismo plano, sobre una superficie que, semejante a la de un espejo ciego, ya no refleja, ya no devuelve nada.  La dimensión predominante fue la de la extensión y el número. El poder ya no significó la capacidad y prodigalidad que parte de cierta elevada superabundancia y del dominio de fuerzas, sino la ejercitación de una rutina, susceptible de ser aprendida por todos y siempre vinculada con cierto penoso y desgastador trabajo. Todo esto se intensificó después, en América y en Rusia, llegándose al desmedido ‘y así sucesivamente’, propio de un ‘siempre lo mismo’ y de lo indiferente. Se alcanzó el extremo de transformar lo cuantitativo en una peculiar cualidad. Luego, el predominio del término medio, propio de lo que es indiferente por tener el mismo valor, no es aquí algo tan insignificante y mero abandono sino que consiste en los embates de alguien tal que, al atacar toda jerarquía y espiritualidad del mundo, las destruye, emitiéndolas como mentiras. Es el embate de aquello que llamamos demoníaco (en el sentido de lo malvado y destructor).