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martes, 4 de octubre de 2011

CRISIS E INMIGRACIÓN. Por Eduardo Arroyo



Desde los tiempos más oscuros del sátrapa González, los españoles no recuerdan haber vivido en medio de tanta zozobra por su futuro. Además, el problema es que nadie sabe muy bien a qué se debe. Y sin embargo, lo curioso es que algo que viene pasando con gobiernos de uno y otro signo, es decir, el progresivo deterioro de las condiciones de trabajo, se pretende solucionar dentro de los parámetros de los usual. Los partidos aportan sus recetas de siempre y la situación final no varía gran cosa. Todo sigue igual. Con Aznar se gestó la precarización de la clase trabajadora en España, algo que nuestro bien amado PSOE había gestado en sus años de la "reconversión industrial". Aznar, además, llenó el país de extranjeros -principalmente inmigrantes musulmanes- con cuatro regularizaciones masivas e hizo la vista gorda ante el auge disparado del aborto, que impidió que nacieran medio millón de españoles. Zapatero ha rematado la faena con recetas parecidas y el remedio -tras mucho pensar- parece ser que es la "austeridad" en el gasto, tal y como repiten al unísino izquierdas, derechas y centro. No importa que Grecia nos haya dado una tremenda lección de lo que significa la senda de la "austeridad": el frenazo en seco del consumo y la consiguiente debacle de la demanda. Todo ello en nombre del "equilibrio presupuestario" para que los mercados estén seguros de que, aunque el pueblo griego sude sangre, ellos tendrán su beneficio.

Pero lo peor es que estas recetas, esta manera criminal de concebir la economía, no es una patología singular de nuestro país sino la ejecución inmisericorde de un modelo que parece regir para todo el mundo occidental y que amenaza con expropiar nuestro país. El último mes de agosto las noticias sobre la "pobreza" vuelve a arrojar en España cifras dramáticas. El informe interno del Consejo Económico y Social (CES) "Pobreza, desigualdad y crisis económica" dice: "desde el comienzo de la crisis [en el cuarto trimestre de 2007] los hogares que no perciben ningún tipo de ingreso, indicador indirecto de la pobreza más extrema, han aumentado un 120%, hasta 265.000". El mismo informe sentencia: "Se trata del incremento más importante desde que se registran datos relativos a la situación de pobreza [2004]."

El hecho es que esta consolidación y aumento de la pobreza en nuestro país tiene motivos que nadie, en todo el espectro político, quiere afrontar. En primer lugar está la inmersión de nuestros países en la "economía global". Nuestro trabajadores deben competir con la mano de obra de países que están dispuestos a hacer lo mismo o más por salarios diez veces menores, con una regulación laboral prácticamente inexistente. Esto explica, por ejemplo, los 5 millones de puestos de trabajo destruidos en los EEUU durante la "era Bush" y las 50.000 empresas que se volatilizaron durante ese mismo período. En España hay 5 millones de parados y 5 millones de trabajadores extranjeros legalizados. No es casualidad.

Y es que es imposible que un país aumente su nivel de vida cuando sus manufacturas más cualificadas se van al sudeste asiático, por decir un lugar, o al norte de África. Frente a esto, no es de extrañar que la políticas de estímulo -de inyección general y no específica de liquidez en el sistema- se hayan revelado como un estrepitoso fracaso. Primero, la mayor parte ha pasado a equilibrar el balance de los bancos, sin traducirse en crédito alguno. Luego, si algo de dinero llega al común de la gente, éste se lo va a gastar en bienes fabricados en China, India o Bangla Desh, contribuyendo así al galopante déficit comercial con aquella región.

La segunda gran razón de la pobreza es la inmigración masiva. Mientras que los países occidentales se colapsan demográficamente hablando, a causa de política antinatalistas más o menos dirigidas desde el poder, su mano de obra va siendo sustituida por extranjeros sin demasiados derechos y dispuestos a cobrar lo que sea. En algunos países esto es incluso peor que aquí: según Ed Rubenstein, analista de VDARE.com, los EEUU, a pesar de una tasa de desempleo del 9%, importan 100.000 trabajadores inmigrantes al mes, de manera que cada año se suma aproximadamente un millón de trabajadores extranjeros al mercado de trabajo mientras que 14 millones de norteamericanos están a la búsqueda de empleo. El caso de España es muy similar y, al igual que en EEUU, aunque la crisis ha ralentizado la inmigración y ha destruido numerosos empleos de extranjeros, la imposibilidad de retorno a sus países de origen les ha empujado en gran número a la delincuencia.

¿Qué es lo que impide a nuestros políticos hacer frente a esta situación? La izquierda ve a los nuevos inmigrantes como votantes potenciales, miembros del anhelado "proletariado", en España casi en su totalidad desaparecido durante el franquismo. Además, la izquierda utiliza la estrategia de la "xenofobia" para bloquear el debate racional y para imponer su policía del pensamiento. La derecha tiene terror a ser tildada de "racista" y enemiga de la "diversidad" y ha asumido un discurso no muy diferente del de la izquierda en este tema.

A esto hay que sumar los puros intereses de las empresas comprometidas con la economía global: muchos empresarios consideran a los inmigrantes como mano de obra a la baja con la que maximizar sus beneficios y efectivamente lo son. Dado que, cada vez más, en el marco de la economía global el empresario emergente, la PYME, es cada vez más una especie de héroe vocacional, el castigo fiscal y las consecuencias de la crisis tiende a repercutirse en la bajada de los sueldos -"moderación salarial", lo llaman- y por eso la mano de obra inmigrante actúa como válvula de escape para aliviar la presión.

En este escenario, cabe preguntarse quién mira por los intereses nacionales. La respuesta es nadie. Los grandes perdedores de todo este embrollo son los españoles de a pié, a los que se narcotiza con los problemas creados por la clase política y sobre los que ésta debate in aeternum. Naturalmente, esa misma clase política mantiene un estruendoso acuerdo sobre el resto. Nosotros, además, nos preguntamos quienes son los ganadores de todo este lío.


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