Dedicamos el presente artículo al camarada Luigi Ciavardini, antiguo militante del Fronte de la Gioventú del MSI , Terza Posizione y de los Nuclei Armati Rivoluzionari (NAR). Acusado de haber participado en el brutal atentado de la estación de Bolonia, sin la menor prueba y tras un proceso ausente de las mínimas normas y garantías jurídicas, el gobierno italiano ha convertido su persecución es una cuestión de Estado con la que ocultar lo realmente ocuurido durante aquellos «años de plomo». Para nosotros, es una obligación moral poner en conocimiento de nuestros lectores el caso –paradigmático– de Luigi Ciavardini como testimonio de volutand y entereza y como símbolo de toda una generación de militantes italianos, sin duda la más valiente, entregada y combatiba habida en Europa desde 1945.
A ti diputado, honorable, político, de la CdL que hablando en favor de Luigi Ciavardini te has quedado contento por poder demostrar que en el fondo, muy en el fondo no habias traicionado.
Te lo digo a ti, burgués de la sociedad del bien estar, inteligente y moderado radical de destra, que normalmente no te mezclas con la chusma embarazosa del frente de calle, pero que sin embargo te sentías tan adulado de ser acompañado por el apuesto Luigi, presentándolo en las tertulias de salón del ambiente negro: ¡quedaba tan chic!
Te lo digo a ti, periodista que has aprovechado la ocasión para escribir finalmente un artículo que te de una cierta garantía de manera que puedes superar un poquito el complejo de inferioridad que sientes hacia los colegas de izquierdas que hasta ahora te miraban de arriba a bajo, y que continúan haciéndolo...
Y no te lo digo a ti, camarada que organizando encuentros y conciertos quizá has pecado de vanidoso y te has sentido importante porque él estaba junto a ti tratandote públicamente de igual a igual, y con su modestia y naturalidad de siempre no te hacía sentir la inmensa distancia que os separaba. A ti no te lo digo porque tú puedes hacer poco o nada. Y lo poco que puedes hacer imagino que lo harás en cualquier caso.
Pero lo digo a ti, hombre de Palacio, hombre de contactos, hombre de periodismo y de medios de comunicación que quizá has vivido aquel sabado en Roma entre aquella marcha de tres mil antorchas y te has sentido protagonista mientras en esta historia eras, y has permanecido siempre, en el mejor de los casos como un figurante, cuando no en un parásito.
¿Lo sabes, verdad? Sabes que un hombre inocente, un hombre valeroso, un hombre generoso, perseguido como ni tan siquiera Sacco y Vanzetti habrían imaginado que fuera posible, ha sido condenado dos veces en un mes contra cualquier evidencia, contra cualquier sentido de civilización jurídico, contra cualquier forma de respeto humano y sentido de la justicia.
¿Lo sabes, verdad? ¿Sabes que a este inocente, posiblemente, lo has hecho condenar también tú? Tú, como yo, como todos nosotros; porque sacar a la calle la Verdad contra el Abuso de poder no es nunca una cosa buena, no es nunca una razón de éxito. No lo es si esa acción no es apoyada por una continua, incansable, labor sea en lo político, sea en lo comunicativo; dirigida hacia todo, hacia todos, pero también y sobre todo hacia la Magistratura. Una labor que no se puede dejar, como se ha dejado, al comité la Ora dell Verità que sería como querer combatir una guerra mandando al frente sólo un infante.
¿Lo sabes, verdad? ¿Sabes que teniendo una aptitud mediocre, habiéndote dedicado sí pero tibiamente, estando presente a menudo sí, pero disimuladamente, sin haber verdaderamente creído, sin haberlo convertido en tu obligación prioritaria, cotidiana, irrenunciable, tu obsesión, también tú lo has condenado?
¿Y ahora qué hacer? ¿Lo dejas pudriéndose en la celda para acordarte de él en el mejor de los casos una o dos veces al año; en una conmemoración o antes de unas elecciones?
¿Dejas que sus hijos lleven el peso de su insoportable ausencia junto con el estigma de la infamia de hijos del masacrador, visto que no pueden ser considerados por lo que realmente son, húerfanos de la justicia?
Adriano Sofri, condenado después de siete procesos (dos más que Luigi) ha salido. Lo han sacado fuera. Y sin embargo tenía en su contra indicios contundentes; es más, para ser más precisos, auténticas pruebas, considerando que la acusación de complicidad es probatoria. ¡Y con respecto a Luigi no existía ni tan siquiera material para un aplazamiento a juicio!
Ahora tú me dirás: ellos son poderosos, ellos están organizados, ellos llegan a todas partes, ellos son convincentes.
Y yo te digo: lo importante es creer. Lo importante es llenar hasta sumergir al Presidente de la República –digo sumergir– con tus peticiones de gracia; una a la semana; sin que intervenga, no obstante, la autoconsideración burguesa a sugerirte ponderación, a hacerte temer el ridículo.
Lo importante es escribir un artículo cada semana, arriesgando de perder el puesto de trabajo.
Lo importante es hacer del grito «¡Libertad para Luigi!» el equivalente catoniano de “¡Cartago debe ser destruida!”
Lo importante es creer siempre, durante meses y quiza por años, sin nunca dejar de presionar. Lo importante es que a pie de página de cada intervención, octavilla, cartel, acontecimiento aparezca siempre la voz de «Libertad para Ciavardini».
Lo importante es poner reparo a esta ignominia, aplacar esta insoportable injusticia.
No se puede hacerlo delegando en alguien, ni ocupándose superficialmente, de vez en cuando, con la complicidad de quien te guiña un ojo, entre un estrechón de manos y un guiño. Se conseguirá hacer algo si por el contrario esto se convierte en la primer y fundamental preocupación de cada individuo «creíble» como lo eres tú.
Lo he dicho a ti. Ahora toca a ti responderme, respondernos, responderles. O te dedicas ha hacer de esto un caso Sofri o es mejor que desaparezcas en un cubo de basura porque si no tienes el valor, la tenacidad, la constancia, el amor y la rabia como para hacer un caso Sofri entonces eres peor de aquellos que lo han condenado porque no tienes ninguna dignidad.
Los tiempos son siempre más difíciles, ¡aquí sirven hombre en pie! ¡Como Luigi!
Gabriele Adinolfi