Como en tantos otros aspectos de nuestro pasado y herencia, en nuestros días el celtismo sufre una manipulación que desvirtúa su esencia despojándole intencionadamente de todo su sentido. Este esclarecedor artículo de Olegario de las Heras, publicado en la web Identidad y Tradición pretende - y consigue- dejar tan apasionante tema en el lugar que le corresponde.
tangatar Tuatha Dé
ar Feraib Bolce ba buan gné;
rugsat tre maithes amuigh
a bflaithes ona Feruibh
Después los Tuatha Dé vinieron
sobre los Fir Bolg, una débil gente;
con magia ganaron en los campos
a los Fir Bolg su reino.
Leabhar Ghabhala VI, 89, l.
Hace ya algún tiempo, en un artículo publicado en Terra Nostra sobre el lobo en la tradición céltica, llamábamos la atención sobre lo erróneo de los sistemas de interpretación modernos aplicados a las tradiciones y mentalidades arcaicas, basados en los esquemas de pensamiento desarrollados en el siglo XIX, hijos (engendros más bien) surgidos de las entrañas de la Ilustración. Mediante prejuicios como el primitivismo y el totemismo o conceptos como tabú o maná, se intentaban explicar realidades espirituales, anímicas, conceptuales, rituales, etc., que nada en absoluto tenían que ver con ellos. Pero estas visiones del pasado, propias como hemos dicho de los planteamientos teóricos del XIX, resultaban hasta cierto punto inocuas mientras se mantenían encerradas en el restringido ámbito de los especialistas. Síntoma de un estado mental particular del Occidente contemporáneo, pero poco más.
Sin embargo, la propia evolución (involución) de Occidente, puesta de manifiesto tanto en la renuncia a la dimensión de lo sagrado por las ideologías dominantes (del liberalismo al marxismo, del positivismo al psicoanálisis) como en el «aggiornamento social» de la Iglesia Católica tras el Concilio Vaticano II, ha producido en amplios sectores de población un proceso de búsqueda de opciones religiosas, con mucha frecuencia pseudoreligiosas, alternativas que pudiesen dotar de un sentido integral a la existencia de individuos cada vez más desarraigados y aislados en el seno de nuestras sociedades. Así, se abre camino a aquella segunda religiosidad de la que hablaba Spengler. Miles de sectas, de maestros de religiones a la carta, se ofrecen en el supermercado del alma de un Occidente moribundo. Nacidas esencialmente, pero no sólo, de los pantanos de la teosofía y el espiritismo, nuevas doctrinas salvíficas (o satanistas) surgen por doquier. Y es en este contexto en el que muchos vuelven su mirada hacia las Tradiciones orientales o hacia las occidentales ya desparecidas. Pero la visión que de las primeras llega al occidental medio no es sino una profunda tergiversación (en muchos casos una verdadera inversión de sentido) surgida de ambientes teosofistas, mientras que la de las segundas, desaparecidas tras la cristianización, se añade a este mismo problema las teorizaciones de iluminados que proyectan sobre el pasado sus propios fantasmas. Es el caso de la Tradición céltica. Como escriben F. Le Roux y Ch. J. Guyonvarc’h, estas elucubraciones dan origen a «...una literatura que pretende legitimar mediante los celtas los fantasmas más libidinosos del subconsciente moderno». Porque, efectivamente, entre las europeas ha sido la Tradición céltica la que ha sufrido el mayor proceso de manipulación y tergiversación en los dos últimos siglos.
Es en el contexto de esa amalgama que recibe el nombre de New Age, donde se van a producir las mayores aberraciones sobre la percepción de lo sagrado y la sociedad célticas. La relectura de los mitos gaélicos, galeses y bretones en clave feminista o psicoanalítica ha traído una absoluta falsificación, propagada por la novela, el cine, la televisión e incluso alguna cátedra universitaria. Este proceso comenzó, no podía ser de otra forma, por la interpretación de la materia artúrica para ir retrocediendo en el tiempo y, hay que decirlo, en paralelo a la popularización de la teoría de la Old Europe de Marija Gimbutas, hasta llegar a presentar la antigua Céltica como un paraíso matriarcal e igualitario. La pervivencia en los manuscritos, redactados por monjes cristianos patriarcalistas, de tal cúmulo de personajes femeninos, diosas y mujeres, en roles destacados en el ámbito social no sería sino el eco, imposible de acallar, de una era, no ya de igualdad sino de clara supremacía femenina. Basta leer Las Nieblas de Avalón, o ser capaz de soportar su versión cinematográfica, para comprobarlo. Este mundo matriarcal o, mejor, ginecocrático, habría estado imbuido de una espiritualidad respetuosa con la «naturaleza» y con «el otro», pacífica y pacifista, donde el amor universal y el buen rollo cósmico habrían hecho las delicias de los intoxicados de Woodstock. O de nuestro Presidente del Gobierno. Los celtas habrían sido, así, una especie de hippies, algo brutos, regidos y guiados por unas mujeres sabias y desinhibidas, a lo Angélica Huston o a lo Vanesa Redgrave, cuya cultura habría sido destruida por unos romanos claramente mussolinianos.
Sobre estos cimientos se ha creado todo un merchandising (porque hablar de una construcción doctrinal nos parece un abuso) de «magia celta», «medicina tradicional celta», «espiritualidad y reencarnación celta» o «viajes con beleño celta»… En resumen, los celtas, nuestros ancestros junto a latinos y germanos, convertidos en una patética caricatura para consumo de tarados.
Sin embargo, el mundo céltico fue profundamente diferente. Radicalmente indoeuropeo, su vía hacia la trascendencia posee en palabras de P. Baillet un «… carácter primordial, profundamente arcaico. Ya que, tras haber estudiado los principales mitos célticos, las funciones de los diversos dioses, el estatuto del druida, la concepción céltica de la soberanía y de la realeza, la medición del tiempo entre los celtas y numerosos símbolos profundamente significativos, se queda sorprendido precisamente por la pureza tradicional de esta civilización». Pureza tradicional indoeuropea como veremos.
Adentrarse en el bosque de la Tradición céltica constituye una empresa ardua pero fascinante , y pretender aquí hacer un mero bosquejo global sería imposible. Sólo, y como contraste a las necedades vertidas sobre ellos, vamos a hablar de uno de los elementos fundamentales sobre los que se levanta la epopeya céltica en Irlanda: los Tuatha Dé Danann.
Son varios los puntos de vista que se pueden adoptar a la hora de interpretar el material mitológico irlandés que nos ha sido preservado , pero sin olvidar que estos puntos de vista son complementarios entre sí y simplemente ponen el acento en una de las diferentes valencias simbólicas del mito.
En efecto, J. Evola, considerando la sucesión de invasiones míticas de Irlanda que se narran en el Leabhar Ghabhála Éireann como reflejo de la sucesión descendente de Edades, escribe : «Aquí, en el desarrollo de la saga irlandesa, aparece una tentativa de restauración “heroica”. Se trata del ciclo de los Tuatha dé Danann (…) Por una parte se dice que esta raza llega a Irlanda venida “del cielo”, de ahí, según el Leabar na hvidhe, “su sabiduría y la superioridad de su saber”; por otra parte, su conocimiento sobrenatural se supone que lo adquirió en la región hiperbórea. Las dos versiones no se contradicen, sino que se complementan recíprocamente, ya sea porque, según la saga, la raza de los tuathas desciende de supervivientes de la raza de Neimheidh, que se habían dirigido a la tierra hiperbórea o atlántico-occidental precisamente para aprender las ciencias sobrenaturales, y de ahí también procede una relación con algunos objetos místicos (…) La raza de Neimheidh es la “celestial” y “antigua” que acabó siendo arrollada por un ciclo titánico, y el sentido del conjunto es que probablemente se trata de un contacto reintegrador con el centro espiritual originario –celestial y, en la transposición geográfica del recuerdo, hiperbóreo o atlántico-occidental–, convenio que reanima y da sentido “heroico” a la nueva estirpe, a los Tuatha dé Danann, que vencen de nuevo a los fomores y razas afines –los Fir Bolg– y se adueñan de Irlanda. El jefe de los tuathas, Ogme, es un personaje “solar” –Grian Ainech– con rasgos similares a los del Heracles dórico. Él conquista Irlanda con la espada del rey de los fomores».
La era de los Tuatha en Irlanda, que había dado comienzo con el desembarco en Irlanda el día de Beltaine, día de la consagración de la primavera y por tanto símbolo evidente del comienzo de una nueva posibilidad, del «ciclo heroico» que nos habla Evola, finaliza, como es sabido, por la conquista de Irlanda por los «Hijos de Mil» ancestros de los irlandeses históricos y herederos en gran medida de los Tuatha Dé Danann. Éstos ceden la soberanía a los conquistadores y desaparecen según algunos textos adoptando una forma invisible como habitantes de palacios «subterráneos» o de cavernas inaccesibles, según otros regresando a su patria, a Avalón. Ambos destinos simbólicamente equivalentes: representaciones del centro primordial que se ha vuelto oculto e inaccesible.
Avalón, nombre que procede del címrico afal, manzano, es la Isla de los Manzanos, que evoca inmediatamente a la isla de las Hespérides donde Heracles consigue las manzanas de oro en su combate en conquista de la inmortalidad. En la tradición céltica, este centro, cuyas manzanas son alimento inagotable, es isla de «mujeres», Tír inna mBan, que otorgan a los héroes la inmortalidad, pero también, Avalón es la «Isla Blanca», isla polar y solar, la isla que en la Tradición indo-aria recibe el nombre de sveta-dîpa, sede de Visnú.
Pero durante su dominio sobre irlanda los Tuatha poseen y emplean cuatro objetos estrechamente relacionados con la enseñanza allí recibida: la piedra fatídica, la lanza de Lug, la espada de Nuada y el caldero de Dagda: «Desde Falias se trajo el Lia Fáil, que Lugh había tenido en Temair; éste solía gritar en la coronación de cada rey irlandés, desde la época de Lugh Lámfhada hasta la época del nacimiento de Cristo, y nunca más ha vuelto a gritar (…) Gorias trajo la lanza que tuvo Lugh; ninguna batalla se pudo mantener contra él teniendo la lanza en la mano. Finias llevó la espada de Nuadha, nadie pudo sobrevivir después de ser herido por ella. Por Murias fue llevado en caldero de Dagda, del que nadie quedaba insatisfecho» (Leabhar Ghabhála Éireann VII, 91) .
Estos objetos resurgirán como elementos axiales en el ciclo del Grial de la misma manera que la sede de éste, Camelot, estará en relación directa con Avalón, resultando evidente la valencia iniciática subyacente a la materia de los Tuatha Dé Danann, fuente directa de la que en un contexto exteriormente ya cristianizado resurge un nuevo «ciclo heroico», el ciclo de Arturo . Y ya sólo por sí esta valencia iniciática situaría la epopeya irlandesa en las antípodas de toda cultura matriarcal o ginecocrática .
Pero otros puntos de vista nos permiten centrar el pensamiento que se plasma en la materia de los Tuatha Dé Danann dentro de las categorías trifuncionales indoeuropeas, como ya en su tiempo intuyó Geoffrey Keating al interpretar Tuatha por los nobles, Dé por los druidas y Danann por los artesanos (los Aesdana), intuición, por lo demás, etimológicamente impecable. Como recuerda P. Mac Cana evocando a Joseph Vendryes: «El mismo Dumézil aducía muchos otros casos de presencia en la tradición irlandesa y galesa de mitos indoeuropeos y de estructuras ideológicas que presuponen la existencia antigua de un complejo sistema de doctrinas socio-religiosas conscientemente preservado y cultivado durante muchos siglos (…) “La persistencia en los dos márgenes del dominio indoeuropeo, en el extremo este y el extremo oeste, de un vocabulario tan fuertemente ligado a la organización social, a los actos, a las actitudes o a las representaciones religiosas, sólo se concibe si se han conservado al mismo tiempo importantes fragmentos del sistema de pensamiento prehistórico al que pertenecieron en tiempos estas nociones”» . Siguiendo los senderos desbrozados por G. Dumézil, F. Le Roux – Ch. J. Guyonvarc’h y J. Markale han explorado las pervivencias de este esquema indoeuropeo alcanzando conclusiones análogas pero no idénticas. Aunque tanto unos como el otro son categóricos al afirmar la naturaleza indoeuropea del pensamiento religioso céltico. Escribe Markale (op. cit., 72): «Los Tuatha Dé Danann representan por sí solos la totalidad de la sociedad indoeuropea, su idealización, es decir, en el espíritu de la tradición druídica el modelo divino que los hombres deben aplicar».
Según Le Roux y Guyonvarc’h, y sin entrar en los detalles de su explicación , la distribución de funciones entre las diferentes figuras mitológicas daría como resultado el esquema siguiente: Dagda, representaría la función sacerdotal, Nuada y Ogme, repartiéndose los niveles real y guerrero de la segunda función, mientras que Diancecht, Oengus y Mac Oc se encuadrarían dentro del ámbito de la tercera función. Lug Samildanach (Politécnico) asume y trasciende todas las funciones y Brigit (figura femenina análoga a la esposa única de los cinco Pandavas de la epopeya indoaria) hija de Dagda es el aspecto femenino de la soberanía sacerdotal y guerrera y vela por este motivo sobre la tercera función. Pero no sólo el pensamiento trifuncional. También el lenguaje poético tradicional aplicado por los poetas a las figuras de los Tuatha procede del reservorio ancestral indoeuropeo como evidencia Stefan Zimmer al analizar los paralelos formales y simbólicos en las literaturas tradicionales sánscrita, palî, avéstica, griega, latina, rusa e islandesa del epíteto lámfhada, «mano larga» con el que los textos califican a Lug .
El origen indoeuropeo del universo mental céltico se constata igualmente en todos los ámbitos a los que dirijamos nuestra atención. El valor simbólico de las diferentes figuras femeninas lo atestigua igualmente, tal y como queda evidenciado en este párrafo de P. Baillet que no nos resistimos a transcribir: «Entre los celtas, la soberanía temporal, indispensable elemento de mediación entre los hombres y los druidas –estando éstos más cercanos a los dioses que a los hombres– es de esencia masculina y está encarnada por el rey. Pero la Soberanía autentica está personificada por una mujer, no por que los celtas adorasen a una Diosa Madre, como quisiera la interpretación naturalista, perteneciendo así a una civilización de tipo “ginecocrático” sino porque la Soberanía, análoga a la tierra, se renueva constantemente sin sufrir ninguna contaminación: “Según la definición de la reina Medb, el rey debe ser ‘sin miedo, sin envidia, sin avaricia’, mientras la propia reina no queda jamás ‘sin un hombre a la sombra de otro’ ya que si el rey es temporal y es susceptible de ser sustituido, la Soberanía, siempre joven y siempre virgen, por la belleza seductora y esplendorosa, permanece eterna como el principio que representa y encarna”. Protagonista de la primera conquista –fundadora, ahistórica, más allá de toda clasificación– de Irlanda, Banba constituye el ejemplo de esta doctrina de la Soberanía, ella que “reaparece en la narración de la quinta conquista como una reina de los Tuatha dé Danann, testimoniando la continuidad de su presencia y su identificación con la tierra de Irlanda”. Esta gran figura de la Soberanía, central en el “Cortejo de Etain”, a veces se la reduce por obra de exegetas poseídos por el psicologismo moderno “al nivel de un banal afaire sentimental”. Ahora bien “Etaine no es ligera ni está enamorada en el sentido humano del término: por el contrario es la Soberanía, divinidad femenina única, esposa poliándrica de los dioses soberanos».
Porque, en efecto, es un simbolismo muy preciso que pone en juego las diferentes cualidades de las, por así decir, «formas manifestadas», sea una roca, un árbol, un salmón, una mujer o un astro, lo que está detrás de todo el conjunto mitológico céltico. Reducir su sentido a simples valencias sentimentales, psicoanalíticas o naturalistas, por lo demás falsas, no es sino consecuencia de la miopía de la modernidad.
Otro problema que se plantea con frecuencia con relación a las diferentes conquistas míticas de Irlanda en general y a la de los Tuatha Dé Danann en particular es su posible relación con la llegada real de pueblos durante la prehistoria. Seremos muy breves. A nuestro juicio la posible materia histórica utilizada por los filidh queda completamente desdibujada por el verdadero sentido mítico, sagrado, de los textos que componen, de modo que son textos prácticamente inutilizables en ese sentido, salvo en la dirección que apunta J. Evola referida a los posibles recuerdos del abandono de las sedes hiperbóreas en el «prólogo a la Historia». Por lo demás, el proceso de indoeuropeización de Irlanda, comenzado en el periodo de las tumbas de corredor irlandesas, se consolida con la llegada de grupos relativamente densos pertenecientes a las Culturas del Vaso y con infiltraciones posteriores en los periodos del Bronce y del Hierro .
Hiperbóreos, los Tuatha Dé Danann constituyeron la expresión céltica de lo que en otras latitudes otros indoeuropeos denominaron, Devas, Olímpicos o Ases y Vanes. Angélica Huston y su Avalón de sufragistas bostonianas nada tienen que ver con todos ellos.
Olegario de las Eras
ar Feraib Bolce ba buan gné;
rugsat tre maithes amuigh
a bflaithes ona Feruibh
Después los Tuatha Dé vinieron
sobre los Fir Bolg, una débil gente;
con magia ganaron en los campos
a los Fir Bolg su reino.
Leabhar Ghabhala VI, 89, l.
Hace ya algún tiempo, en un artículo publicado en Terra Nostra sobre el lobo en la tradición céltica, llamábamos la atención sobre lo erróneo de los sistemas de interpretación modernos aplicados a las tradiciones y mentalidades arcaicas, basados en los esquemas de pensamiento desarrollados en el siglo XIX, hijos (engendros más bien) surgidos de las entrañas de la Ilustración. Mediante prejuicios como el primitivismo y el totemismo o conceptos como tabú o maná, se intentaban explicar realidades espirituales, anímicas, conceptuales, rituales, etc., que nada en absoluto tenían que ver con ellos. Pero estas visiones del pasado, propias como hemos dicho de los planteamientos teóricos del XIX, resultaban hasta cierto punto inocuas mientras se mantenían encerradas en el restringido ámbito de los especialistas. Síntoma de un estado mental particular del Occidente contemporáneo, pero poco más.
Sin embargo, la propia evolución (involución) de Occidente, puesta de manifiesto tanto en la renuncia a la dimensión de lo sagrado por las ideologías dominantes (del liberalismo al marxismo, del positivismo al psicoanálisis) como en el «aggiornamento social» de la Iglesia Católica tras el Concilio Vaticano II, ha producido en amplios sectores de población un proceso de búsqueda de opciones religiosas, con mucha frecuencia pseudoreligiosas, alternativas que pudiesen dotar de un sentido integral a la existencia de individuos cada vez más desarraigados y aislados en el seno de nuestras sociedades. Así, se abre camino a aquella segunda religiosidad de la que hablaba Spengler. Miles de sectas, de maestros de religiones a la carta, se ofrecen en el supermercado del alma de un Occidente moribundo. Nacidas esencialmente, pero no sólo, de los pantanos de la teosofía y el espiritismo, nuevas doctrinas salvíficas (o satanistas) surgen por doquier. Y es en este contexto en el que muchos vuelven su mirada hacia las Tradiciones orientales o hacia las occidentales ya desparecidas. Pero la visión que de las primeras llega al occidental medio no es sino una profunda tergiversación (en muchos casos una verdadera inversión de sentido) surgida de ambientes teosofistas, mientras que la de las segundas, desaparecidas tras la cristianización, se añade a este mismo problema las teorizaciones de iluminados que proyectan sobre el pasado sus propios fantasmas. Es el caso de la Tradición céltica. Como escriben F. Le Roux y Ch. J. Guyonvarc’h, estas elucubraciones dan origen a «...una literatura que pretende legitimar mediante los celtas los fantasmas más libidinosos del subconsciente moderno». Porque, efectivamente, entre las europeas ha sido la Tradición céltica la que ha sufrido el mayor proceso de manipulación y tergiversación en los dos últimos siglos.
Es en el contexto de esa amalgama que recibe el nombre de New Age, donde se van a producir las mayores aberraciones sobre la percepción de lo sagrado y la sociedad célticas. La relectura de los mitos gaélicos, galeses y bretones en clave feminista o psicoanalítica ha traído una absoluta falsificación, propagada por la novela, el cine, la televisión e incluso alguna cátedra universitaria. Este proceso comenzó, no podía ser de otra forma, por la interpretación de la materia artúrica para ir retrocediendo en el tiempo y, hay que decirlo, en paralelo a la popularización de la teoría de la Old Europe de Marija Gimbutas, hasta llegar a presentar la antigua Céltica como un paraíso matriarcal e igualitario. La pervivencia en los manuscritos, redactados por monjes cristianos patriarcalistas, de tal cúmulo de personajes femeninos, diosas y mujeres, en roles destacados en el ámbito social no sería sino el eco, imposible de acallar, de una era, no ya de igualdad sino de clara supremacía femenina. Basta leer Las Nieblas de Avalón, o ser capaz de soportar su versión cinematográfica, para comprobarlo. Este mundo matriarcal o, mejor, ginecocrático, habría estado imbuido de una espiritualidad respetuosa con la «naturaleza» y con «el otro», pacífica y pacifista, donde el amor universal y el buen rollo cósmico habrían hecho las delicias de los intoxicados de Woodstock. O de nuestro Presidente del Gobierno. Los celtas habrían sido, así, una especie de hippies, algo brutos, regidos y guiados por unas mujeres sabias y desinhibidas, a lo Angélica Huston o a lo Vanesa Redgrave, cuya cultura habría sido destruida por unos romanos claramente mussolinianos.
Sobre estos cimientos se ha creado todo un merchandising (porque hablar de una construcción doctrinal nos parece un abuso) de «magia celta», «medicina tradicional celta», «espiritualidad y reencarnación celta» o «viajes con beleño celta»… En resumen, los celtas, nuestros ancestros junto a latinos y germanos, convertidos en una patética caricatura para consumo de tarados.
Sin embargo, el mundo céltico fue profundamente diferente. Radicalmente indoeuropeo, su vía hacia la trascendencia posee en palabras de P. Baillet un «… carácter primordial, profundamente arcaico. Ya que, tras haber estudiado los principales mitos célticos, las funciones de los diversos dioses, el estatuto del druida, la concepción céltica de la soberanía y de la realeza, la medición del tiempo entre los celtas y numerosos símbolos profundamente significativos, se queda sorprendido precisamente por la pureza tradicional de esta civilización». Pureza tradicional indoeuropea como veremos.
Adentrarse en el bosque de la Tradición céltica constituye una empresa ardua pero fascinante , y pretender aquí hacer un mero bosquejo global sería imposible. Sólo, y como contraste a las necedades vertidas sobre ellos, vamos a hablar de uno de los elementos fundamentales sobre los que se levanta la epopeya céltica en Irlanda: los Tuatha Dé Danann.
Son varios los puntos de vista que se pueden adoptar a la hora de interpretar el material mitológico irlandés que nos ha sido preservado , pero sin olvidar que estos puntos de vista son complementarios entre sí y simplemente ponen el acento en una de las diferentes valencias simbólicas del mito.
En efecto, J. Evola, considerando la sucesión de invasiones míticas de Irlanda que se narran en el Leabhar Ghabhála Éireann como reflejo de la sucesión descendente de Edades, escribe : «Aquí, en el desarrollo de la saga irlandesa, aparece una tentativa de restauración “heroica”. Se trata del ciclo de los Tuatha dé Danann (…) Por una parte se dice que esta raza llega a Irlanda venida “del cielo”, de ahí, según el Leabar na hvidhe, “su sabiduría y la superioridad de su saber”; por otra parte, su conocimiento sobrenatural se supone que lo adquirió en la región hiperbórea. Las dos versiones no se contradicen, sino que se complementan recíprocamente, ya sea porque, según la saga, la raza de los tuathas desciende de supervivientes de la raza de Neimheidh, que se habían dirigido a la tierra hiperbórea o atlántico-occidental precisamente para aprender las ciencias sobrenaturales, y de ahí también procede una relación con algunos objetos místicos (…) La raza de Neimheidh es la “celestial” y “antigua” que acabó siendo arrollada por un ciclo titánico, y el sentido del conjunto es que probablemente se trata de un contacto reintegrador con el centro espiritual originario –celestial y, en la transposición geográfica del recuerdo, hiperbóreo o atlántico-occidental–, convenio que reanima y da sentido “heroico” a la nueva estirpe, a los Tuatha dé Danann, que vencen de nuevo a los fomores y razas afines –los Fir Bolg– y se adueñan de Irlanda. El jefe de los tuathas, Ogme, es un personaje “solar” –Grian Ainech– con rasgos similares a los del Heracles dórico. Él conquista Irlanda con la espada del rey de los fomores».
La era de los Tuatha en Irlanda, que había dado comienzo con el desembarco en Irlanda el día de Beltaine, día de la consagración de la primavera y por tanto símbolo evidente del comienzo de una nueva posibilidad, del «ciclo heroico» que nos habla Evola, finaliza, como es sabido, por la conquista de Irlanda por los «Hijos de Mil» ancestros de los irlandeses históricos y herederos en gran medida de los Tuatha Dé Danann. Éstos ceden la soberanía a los conquistadores y desaparecen según algunos textos adoptando una forma invisible como habitantes de palacios «subterráneos» o de cavernas inaccesibles, según otros regresando a su patria, a Avalón. Ambos destinos simbólicamente equivalentes: representaciones del centro primordial que se ha vuelto oculto e inaccesible.
Avalón, nombre que procede del címrico afal, manzano, es la Isla de los Manzanos, que evoca inmediatamente a la isla de las Hespérides donde Heracles consigue las manzanas de oro en su combate en conquista de la inmortalidad. En la tradición céltica, este centro, cuyas manzanas son alimento inagotable, es isla de «mujeres», Tír inna mBan, que otorgan a los héroes la inmortalidad, pero también, Avalón es la «Isla Blanca», isla polar y solar, la isla que en la Tradición indo-aria recibe el nombre de sveta-dîpa, sede de Visnú.
Pero durante su dominio sobre irlanda los Tuatha poseen y emplean cuatro objetos estrechamente relacionados con la enseñanza allí recibida: la piedra fatídica, la lanza de Lug, la espada de Nuada y el caldero de Dagda: «Desde Falias se trajo el Lia Fáil, que Lugh había tenido en Temair; éste solía gritar en la coronación de cada rey irlandés, desde la época de Lugh Lámfhada hasta la época del nacimiento de Cristo, y nunca más ha vuelto a gritar (…) Gorias trajo la lanza que tuvo Lugh; ninguna batalla se pudo mantener contra él teniendo la lanza en la mano. Finias llevó la espada de Nuadha, nadie pudo sobrevivir después de ser herido por ella. Por Murias fue llevado en caldero de Dagda, del que nadie quedaba insatisfecho» (Leabhar Ghabhála Éireann VII, 91) .
Estos objetos resurgirán como elementos axiales en el ciclo del Grial de la misma manera que la sede de éste, Camelot, estará en relación directa con Avalón, resultando evidente la valencia iniciática subyacente a la materia de los Tuatha Dé Danann, fuente directa de la que en un contexto exteriormente ya cristianizado resurge un nuevo «ciclo heroico», el ciclo de Arturo . Y ya sólo por sí esta valencia iniciática situaría la epopeya irlandesa en las antípodas de toda cultura matriarcal o ginecocrática .
Pero otros puntos de vista nos permiten centrar el pensamiento que se plasma en la materia de los Tuatha Dé Danann dentro de las categorías trifuncionales indoeuropeas, como ya en su tiempo intuyó Geoffrey Keating al interpretar Tuatha por los nobles, Dé por los druidas y Danann por los artesanos (los Aesdana), intuición, por lo demás, etimológicamente impecable. Como recuerda P. Mac Cana evocando a Joseph Vendryes: «El mismo Dumézil aducía muchos otros casos de presencia en la tradición irlandesa y galesa de mitos indoeuropeos y de estructuras ideológicas que presuponen la existencia antigua de un complejo sistema de doctrinas socio-religiosas conscientemente preservado y cultivado durante muchos siglos (…) “La persistencia en los dos márgenes del dominio indoeuropeo, en el extremo este y el extremo oeste, de un vocabulario tan fuertemente ligado a la organización social, a los actos, a las actitudes o a las representaciones religiosas, sólo se concibe si se han conservado al mismo tiempo importantes fragmentos del sistema de pensamiento prehistórico al que pertenecieron en tiempos estas nociones”» . Siguiendo los senderos desbrozados por G. Dumézil, F. Le Roux – Ch. J. Guyonvarc’h y J. Markale han explorado las pervivencias de este esquema indoeuropeo alcanzando conclusiones análogas pero no idénticas. Aunque tanto unos como el otro son categóricos al afirmar la naturaleza indoeuropea del pensamiento religioso céltico. Escribe Markale (op. cit., 72): «Los Tuatha Dé Danann representan por sí solos la totalidad de la sociedad indoeuropea, su idealización, es decir, en el espíritu de la tradición druídica el modelo divino que los hombres deben aplicar».
Según Le Roux y Guyonvarc’h, y sin entrar en los detalles de su explicación , la distribución de funciones entre las diferentes figuras mitológicas daría como resultado el esquema siguiente: Dagda, representaría la función sacerdotal, Nuada y Ogme, repartiéndose los niveles real y guerrero de la segunda función, mientras que Diancecht, Oengus y Mac Oc se encuadrarían dentro del ámbito de la tercera función. Lug Samildanach (Politécnico) asume y trasciende todas las funciones y Brigit (figura femenina análoga a la esposa única de los cinco Pandavas de la epopeya indoaria) hija de Dagda es el aspecto femenino de la soberanía sacerdotal y guerrera y vela por este motivo sobre la tercera función. Pero no sólo el pensamiento trifuncional. También el lenguaje poético tradicional aplicado por los poetas a las figuras de los Tuatha procede del reservorio ancestral indoeuropeo como evidencia Stefan Zimmer al analizar los paralelos formales y simbólicos en las literaturas tradicionales sánscrita, palî, avéstica, griega, latina, rusa e islandesa del epíteto lámfhada, «mano larga» con el que los textos califican a Lug .
El origen indoeuropeo del universo mental céltico se constata igualmente en todos los ámbitos a los que dirijamos nuestra atención. El valor simbólico de las diferentes figuras femeninas lo atestigua igualmente, tal y como queda evidenciado en este párrafo de P. Baillet que no nos resistimos a transcribir: «Entre los celtas, la soberanía temporal, indispensable elemento de mediación entre los hombres y los druidas –estando éstos más cercanos a los dioses que a los hombres– es de esencia masculina y está encarnada por el rey. Pero la Soberanía autentica está personificada por una mujer, no por que los celtas adorasen a una Diosa Madre, como quisiera la interpretación naturalista, perteneciendo así a una civilización de tipo “ginecocrático” sino porque la Soberanía, análoga a la tierra, se renueva constantemente sin sufrir ninguna contaminación: “Según la definición de la reina Medb, el rey debe ser ‘sin miedo, sin envidia, sin avaricia’, mientras la propia reina no queda jamás ‘sin un hombre a la sombra de otro’ ya que si el rey es temporal y es susceptible de ser sustituido, la Soberanía, siempre joven y siempre virgen, por la belleza seductora y esplendorosa, permanece eterna como el principio que representa y encarna”. Protagonista de la primera conquista –fundadora, ahistórica, más allá de toda clasificación– de Irlanda, Banba constituye el ejemplo de esta doctrina de la Soberanía, ella que “reaparece en la narración de la quinta conquista como una reina de los Tuatha dé Danann, testimoniando la continuidad de su presencia y su identificación con la tierra de Irlanda”. Esta gran figura de la Soberanía, central en el “Cortejo de Etain”, a veces se la reduce por obra de exegetas poseídos por el psicologismo moderno “al nivel de un banal afaire sentimental”. Ahora bien “Etaine no es ligera ni está enamorada en el sentido humano del término: por el contrario es la Soberanía, divinidad femenina única, esposa poliándrica de los dioses soberanos».
Porque, en efecto, es un simbolismo muy preciso que pone en juego las diferentes cualidades de las, por así decir, «formas manifestadas», sea una roca, un árbol, un salmón, una mujer o un astro, lo que está detrás de todo el conjunto mitológico céltico. Reducir su sentido a simples valencias sentimentales, psicoanalíticas o naturalistas, por lo demás falsas, no es sino consecuencia de la miopía de la modernidad.
Otro problema que se plantea con frecuencia con relación a las diferentes conquistas míticas de Irlanda en general y a la de los Tuatha Dé Danann en particular es su posible relación con la llegada real de pueblos durante la prehistoria. Seremos muy breves. A nuestro juicio la posible materia histórica utilizada por los filidh queda completamente desdibujada por el verdadero sentido mítico, sagrado, de los textos que componen, de modo que son textos prácticamente inutilizables en ese sentido, salvo en la dirección que apunta J. Evola referida a los posibles recuerdos del abandono de las sedes hiperbóreas en el «prólogo a la Historia». Por lo demás, el proceso de indoeuropeización de Irlanda, comenzado en el periodo de las tumbas de corredor irlandesas, se consolida con la llegada de grupos relativamente densos pertenecientes a las Culturas del Vaso y con infiltraciones posteriores en los periodos del Bronce y del Hierro .
Hiperbóreos, los Tuatha Dé Danann constituyeron la expresión céltica de lo que en otras latitudes otros indoeuropeos denominaron, Devas, Olímpicos o Ases y Vanes. Angélica Huston y su Avalón de sufragistas bostonianas nada tienen que ver con todos ellos.
Olegario de las Eras
Identidad y Tradición