Que el Front National tiene sus principales votantes entre clases medias autóctonas, jóvenes y obreros es algo que ya conocemos, un fuerte apoyo social que se repite entre los votantes de los partidos identitarios de toda Europa cansados de las políticas llevadas a cabo por los partidos políticos de la casta sistemática, sean de derechas o de izquierdas, firmemente obedientes a los lobbyes internacionalistas que imponen sus consignas globalizadoras y capitalistas, y desencantados con los partidos de extracción comunista más interesados en la defensa de la inmigración extraeuropea que en la de los intereses de los trabajadores autóctonos, uniéndose con ello a las directrices de la banca y de las entidades multinacionales, verdaderos interesados en este tipo de políticas. El Front National se ha hecho eco del desencanto y hartazgo de los franceses hacia una clase política sumisa que desprecia al francés de a pie al que solo acude en época electoral con las mentiras y engaños de siempre, para una vez conseguido el poder continuar llevando a cabo sus políticas capitalistas y anti-nacionales en beneficio de unos pocos. Ha hecho falta que en plena campaña electoral se sucediera un oscuro atentado y se movilizara a la prensa el día despues- el mismo día que se eleboraban las principales encuestas electorales- para intentar hacer creer al electorado de una posible complicidad entre el terrorista-que despues resultó ser un magrebí islamista- y el FN, para reafirmar las supuestas ideas "de orden" del candidato Sarkozy que estaba acabado hace unos meses, y para marginar y hacer bajar los resultados del FN en las encuestas, un hecho que en esta sociedad guiada por la televisión y los medios de comunicación puede resultar fatal para las esperanzas-más que posibles hace unas semanas- de que la candidata del FN, Marine Le Pen pasara a la segunda vuelta de las elecciones, tal como logró su propio padre en la candidatura del mismo partido hace diez años y que propició una alianza de los partidos de izquierda y derecha para impedir la victoria electoral del candidato nacionalista.
Reproducimos a continuación algunos fragmentos del artículo "Donde el obrero vota al Frente Nacional" publicado por el diario "El País" donde este medio, claramente contrarias a las formaciones identitarias, narra una situación que no pasa desapercibida a los medios del sistema y al público en general y que da la razón al mensaje y estrategia de los partidos identitarios, hoy por hoy, únicos defensores de los intereses de las clases sociales más desfavorecidas de la población autóctona europea en sus respectivos países, a la par que valedores de nuevas ideas e iniciativas destinadas a reconstruir políticas más sociales y efectivas capaces de romper con la dinámica social y económica impuesta por un sistema que ha demostrado que está al servicio de las más tenebrosas entidades anti-sociales y anti-europeas y que supone que el nucleo principal del voto nacionalista en Francia sea joven y obrero, algo de lo que también se hacía eco el diario "El Mundo" hace veinte días cuando los sondeos situaban a Le Pen dos puntos por encima del candidato Sarkozy:
"Hénin-Beaumont, una mancomunidad que agrupa a 14 municipios y 125.000 habitantes, y su región, Norte-Paso de Calais (reflejada en la agradable película Bienvenidos al Norte de Dany Bonn), eran entonces una especie de Asturias a la francesa, un territorio pobre, húmedo y dominado por el Partido Comunista Francés. Cuando en los años ochenta se acabó la minería y llegó la modernidad poscapitalista con un polo industrial made in France (Renault, Faurecia, Samsonite, Metaleurop, pero también McDonald’s y KFC), la pequeña ciudad era un feudo socialista. María Francisca González recuerda que en 1981 “todo el pueblo se tiró a la calle para festejar la victoria de François Mitterrand”.
Pero las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Desde 2008, la crisis, las deslocalizaciones y los cierres dispararon el paro en el pueblo hasta las cotas más altas del país, por encima del 15%. Las calles se llenaron de carteles de se vende y de locales de apuestas, el Partido Socialista local dejó de existir como tal en 2009 porque el alcalde de Hénin-Beaumont, Gérard Dalongeville, fue encarcelado por corrupción, y la UMP del presidente protector Nicolas Sarkozy, que siempre había estado ausente, siguió sin aparecer.
González, tan roja y dispuesta como su madre, acompaña a los periodistas a ver el camino que une los concejos de Hénin y Beaumont. “Este es el bulevar de la desolación”, dice. Mientras el coche avanza, hace el recuento de bajas: “Renault despidió a gran parte de su plantilla, Faurecia ha vivido huelgas y despidos salvajes, cerró Metaleurop después de tener dos años a los trabajadores bajo unas condiciones de seguridad lamentables, y con Samsonite fue peor: llegaron unos emprendedores de plantas solares, pero cogieron la subvención del Gobierno para las energías renovables y cuando formaron a los trabajadores cerraron la fábrica dejando en la calle a 1.500 personas. Los típicos patrones bandidos”.
"
El hundimiento político, social y económico tuvo efectos inmediatos: en 2010, el Frente Nacional sacó aquí el 48% de los votos en las municipales, y en 2011, la ultraderecha superó el 51% en los comicios cantonales, ganando en 21 de los 38 cantones de Pas-de-Calais y rozando el 80% en Beaumont. Marine Le Pen se convirtió en consejera regional e instaló aquí su base del norte: el Frente Nacional había dejado de ser un club de ricos jubilados de la Costa Azul. Como hizo la Liga del Norte en Lombardía, la ultraderecha salía del ostracismo con el voto obrero.
El asalto frentista desmontó el mito que afirma que la inseguridad ciudadana y la inmigración son los dos núcleos en los que se funden los votos y la ideología de la ultraderecha francesa. Las clases populares de esta zona son en gran parte inmigrante o hija de inmigrantes. Y el viejo norte industrializado dejó de ser el señorío donde Dominique Strauss-Kahn campaba a sus anchas de día y sobre todo de noche con sus contactos en la burguesía corrupta de Lille, donde es alcaldesa Martine Aubry, la primera secretaria socialista."
“El Frente Nacional defiende que los patrones y los obreros deben marchar unidos contra los extranjeros y reparte octavillas contra los sindicatos”, explica David Noël. “Nosotros queremos volver a la jubilación a los 60 años y nuestro proteccionismo no es nacionalista, simplemente queremos proteger a la industria europea de la explotación de la mano de obra que se produce en países como China. La derecha y la socialdemocracia, que cayó seducida por el dinero, han sido cómplices y por su culpa hoy tenemos las tiendas llenas de productos de Bakú”.
"Esta sensación de invasión, de miedo a la globalización, de alergia al mercado libre es un sentimiento muy extendido en Francia, pero en las zonas más castigadas y alejadas del centro se vive una aprensión especial. Philippe Manière, autor del libro El país donde la vida es más dura (Grasset) ha escrito en el Financial Times que “la globalización está revelando la injusticia del modelo francés. La promesa de igualdad, central en el pacto republicano, ha sido traicionada porque siempre son los mismos quienes corren los riesgos (especialmente el de perder su trabajo), mientras otros disfrutan las oportunidades (buena carrera y buen salario). Y esto refleja la inmovilidad social de un país (…) donde los caminos del éxito están cerrados para los jóvenes, las mujeres, las minorías étnicas y los que no nacen en buenas familias”.
Esa distancia de las élites, alianza política, mediática y empresarial explica en buena parte el fenómeno del Frente Nacional y a la vez el del Frente de Izquierda, porque los dos beben, más que del apoyo de nostálgicos fascistas y comunistas, que también, del voto indignado y antisistema. Las encuestas reflejan que la opción electoral preferida de los jóvenes de entre 18 y 22 años es Marine Le Pen. Y solo después eligen al socialista François Hollande."
"Finalmente, a media tarde, aparece un militante confeso del Frente Nacional. Se llama Xavier, pertenece al partido desde hace ocho años, se jubiló hace dos, a los 55, y trabajaba en la eléctrica EDF. Cuando se le pregunta si es de derechas dice que no como si fuera la peste. ¿Y por qué vota entonces a la ultraderecha? “Porque soy conocido de Marine y porque los otros tienen pocas ideas”.
"
María Francisca González explica que entre los militantes del Frente Nacional “hay muchos más enfadados que fachas”. Su teoría es que Le Pen “hizo el trabajo que los otros no hicieron, ir barrio por barrio buscando los votos y presentar un candidato nacido aquí. Fueron captando gente descontenta, pero a muchos les da vergüenza decir que votan FN. Hace 15 años no se atrevían ni a salir a la calle, pero ahora se sabe bien quiénes son. Muchos de los despedidos de Metaleurop son militantes. En general tienen el apoyo de los desencantados”.
"Lo mismo sucede en la nación. La gran fuerza electoral de Marine Le Pen son, además de los jóvenes, los obreros. Su candidata preferida es la ultraderecha. Aunque los sondeos han ido bajando su intención de voto hasta el 15% desde el 20% que tenía hace dos meses, Le Pen ha condicionado y dado forma a la campaña de Nicolas Sarkozy. El presidente sabe bien que para ganar el primer turno debe pescar en las turbulentas aguas del descontento social, en los olvidados y las víctimas de la crisis. Y toda su estrategia se ha basado en eso. Seguridad, inmigración, trabajo, una y otra vez.
La única gran diferencia es que el candidato a la reelección tiene garantizado el apoyo mediático y los recursos financieros, mientras Marine Le Pen lleva a cabo una campaña semiclandestina, hecha de mítines los domingos, entrevistas esporádicas y reparto de octavillas en las fábricas. Se diría que es una opción: la ultraderecha avanza casi en silencio, con la complicidad de unos partidarios que no desean manifestar que lo son. Quizá los sondeos no reflejen del todo la realidad de esta Francia silenciosa y huraña que trama su venganza contra las élites nacionales, europeas y globales sin dar la cara."
A la salida del turno de mañana de Faurecia, una fábrica de componentes para coches que vive de los encargos de Renault, cada vez menores porque una parte de la producción se ha deslocalizado a Marruecos, los trabajadores se agolpan ante los tornos del aparcamiento. Han pasado tres años haciendo huelgas muy duras y tampoco son especialmente amigables con la prensa. Cuando se les dice que hay huelga general en España, preguntan por qué, pero se niegan en redondo a hablar. Enseguida sale una señorita que explica que esto es una propiedad privada y que debemos abandonar las instalaciones.
En Beaumont, el bar L’Amaryillis es la imagen de la crisis. Tabaco, todos los juegos de azar y loterías posibles, una televisión que retransmite carreras para los apostadores hípicos, y ni un solo cliente a las cuatro de la tarde. Tras la barra, un joven con gafas que se declara apolítico, o mejor “antipolítico”, explica que el Frente Nacional es el resultado del hartazgo. “La gente no cree ya a los políticos de antes. Los tiempos cambian. La izquierda reparte a todo el mundo y la derecha solo a los ricos. Aquí hay mucho paro, mucha inmigración, mucha inseguridad. Tenemos a los gitanos rumanos cerca de Calais y el Gobierno les da 300 euros para que se vayan. Se van a Bélgica y al día siguiente vuelven. Hace falta acabar con todo eso”.