¿El Estado-Nación freno a la mundialización?. Por Enrique Ravello
Ante la cuestión de la independencia de Flandes, se escucha con frecuencia un reproche: la disolución de Bélgica supone terminar con un Estado-Nación, entendiendo esta fórmula como la más eficaz para frenar la globalización y la hegemonía mundial de los Estados Unidos. Algo falla en ese argumento, pues la Europa compuesta por estados-naciones ha sido un enano político y ninguno de ellos ha sido capaz de ser el menor freno al rodillo americano. Entonces ¿por qué defender esa fórmula que se ha demostrado impotente?
Se añade que un Flandes independiente será un enano político. Cierto, en ese sentido no será muy diferente del estado-nación belga, cuyo papel como «tapón de contención al americanismo y a la globalización» ha sido bastante discreto.
La capacidad de cualquier Estado para convertirse en alternativa al Nuevo Orden Mundial depende de la combinación necesaria de estos dos factores: voluntad y capacidad.
Por voluntad nos referimos a la voluntad política, la decisión de sus dirigentes y de su masa popular de realizar un proyecto político propio.
La capacidad es el poder real para desarrollar esta voluntad.
Los Estados-Nación son fórmulas típicas y propias del Siglo XIX y de la primera mitad del XX, hoy son una impotencia política. En el mundo del siglo XXI, los actuales Estados-Nación europeos no reúnen ninguna de estas dos condiciones.
Sólo un gran Estado europeo, con criterios etno-políticos y con la necesaria «voluntad de poder», sería el único freno real a la globalización y la mundialización. Y habrá que construirlo sobre los ruinas de los actuales Estados-Naciones. Su tiempo ya ha terminado.