Precisiones sobre el antiislamismo. Por Enrique Ravello
Un término nuevo ha aparecido en el lenguaje político, su uso se ha extendido y hecho común a gentes de diversas procedencias ideológicas. Pero se ha extendido antes de haber sido definido y delimitado, por lo que su uso no siempre corresponde a una respuesta política concreta, sino que en repetidas ocasiones se
habla de conceptos diferentes bajo la etiqueta de antiislamismo. Un problema de la polisemia. Llegados a
este punto, nos vemos obligados a realizar ciertas precisiones sobre el concepto antiislamismo, con el que se califican concepciones del mundo y posturas políticas a menudo antitéticas e irreconciliables. En concreto hemos de señalar dos concepciones opuestas a las que normalmente se les califica de «antiislamistas», asimilándolas arbitrariamente en unos casos y siguiendo manifiestos intereses manipuladores en otros.
Es necesario hablar de un «antiislamismo identitario» frente a un «mundialismo antiislamista». Para los defensores de la identidad europea –y de la identidad de todos los pueblos del mundo– la presencia y el avance del Islam en Europa es un cuestión de vital importancia, a la que hay que oponerse por lo que supone de formas religiosas, de costumbres y de modos de vida ajenos a nuestra mentalidad europea, pero sobre todo, porque es el síntoma más evidente del avance demográfico de masas venidas del Tercer Mundo que se extienden e imponen numéricamente en toda Europa. El avance del islamismo en Europa es un síntoma de algo mucho más grave, que los europeos se vean presionados demográficamente por masas de no-europeos cuya vitalidad reproductiva amenaza nuestra propia existencia. Es decir es un problema demográfico, en el fondo un problema «étnico».
Por su parte los defensores del modelo «liberal y universal» ven el islamismo como el problema de una ideología opuesta a su concepción de igualitarismo monocolor y mundialista. El problema no es demográfico, pues para ellos los hombres son intercambiables y equivalentes, sino de «conversión» ideológica. No ven en el islamismo una presión demográfica sino un voz discordante, por eso su solución es lo que ellos llaman, la «integración», es decir que esas masas alógenas se queden a vivir en nuestro suelo siempre que acepten los principios liberal-democráticos, entendidos como dogmas de validez universal.
De un diagnóstico opuesto sólo pueden derivar soluciones inversas, para los identitarios la «integración» no es solución alguna, pues no creemos en el hombre universal regido por un patrón de conducta planetario, la solución no es otra que la repatriación de esas masas de inmigrantes a sus lugares de origen. Con esto llegamos al segundo punto problemático. Si para nosotros los identitarios, la solución es la repatriación, no es menos cierto que tras esa repatriación reconocemos y apoyamos a los musulmanes a que escojan y se rijan por el sistema político e ideológico que consideren más oportuno y conforme a su identidad e idiosincracia, que sea laico o islámico es una decisión que les corresponde a ellos como pueblos soberanos. Nada tenemos que decir los europeos al respecto, eso sí, siempre que no amenacen con reivindicaciones expansivas sobre nuestra Europa que empieza en Ceuta y Melilla y termina en el Cáucaso ruso, pasando por los Balcanes.
Como no podría ser de otra manera, el «mundialismo antiislamista» y su mesianismo universalista, considera que sólo hay un modelo válido para todo el planeta a imponer urbi et orbe por la fuerza de la razón o de los superbombaderos y el napalm. Enemigos del derecho de los pueblos a decidir su destino y sus formas de organización, consideran justificado cualquier intervención militar en los más alejados rincones del mundo con el pretexto del «islamismo» y azuzando y manipulando el termo lógico que el fanatismo islámico causa a las poblaciones europeas para vincularlas en el apoyo a guerras expansivas de los Estados Unidos y sus aliado en el llamado Nuevo Orden Mundial.
Si hemos de poner un ejemplo del «antiislamismo mundialista» podríamos referirnos al polémico holandés Greet Wilders autor del polémico y muy discutible documental Fitna. A Wilders, abiertamente vinculado a los intereses del Estado de Israel, se le podrán achacar muchos defectos pero desde luego entre ellos no están la falta de claridad y sinceridad. En unas conocidas declaraciones a la prensa manifestó: “«no soy racista, jamás me sentaría en el Parlamento europeo en un grupo con Le Pen, con no sé qué fascista rumano o italiano o con el Vlaams Belang (...) Admiro a Israel, la única democracia de Oriente Próximo». Sería loable que los identarios tuviéremos la misma claridad a la hora de diferenciar nuestra oposición a la expansión islámica en Europa de otros intereses ajenos a nuestros pueblos y a nuestra ideología.
Enrique Ravello.
habla de conceptos diferentes bajo la etiqueta de antiislamismo. Un problema de la polisemia. Llegados a
este punto, nos vemos obligados a realizar ciertas precisiones sobre el concepto antiislamismo, con el que se califican concepciones del mundo y posturas políticas a menudo antitéticas e irreconciliables. En concreto hemos de señalar dos concepciones opuestas a las que normalmente se les califica de «antiislamistas», asimilándolas arbitrariamente en unos casos y siguiendo manifiestos intereses manipuladores en otros.
Es necesario hablar de un «antiislamismo identitario» frente a un «mundialismo antiislamista». Para los defensores de la identidad europea –y de la identidad de todos los pueblos del mundo– la presencia y el avance del Islam en Europa es un cuestión de vital importancia, a la que hay que oponerse por lo que supone de formas religiosas, de costumbres y de modos de vida ajenos a nuestra mentalidad europea, pero sobre todo, porque es el síntoma más evidente del avance demográfico de masas venidas del Tercer Mundo que se extienden e imponen numéricamente en toda Europa. El avance del islamismo en Europa es un síntoma de algo mucho más grave, que los europeos se vean presionados demográficamente por masas de no-europeos cuya vitalidad reproductiva amenaza nuestra propia existencia. Es decir es un problema demográfico, en el fondo un problema «étnico».
Por su parte los defensores del modelo «liberal y universal» ven el islamismo como el problema de una ideología opuesta a su concepción de igualitarismo monocolor y mundialista. El problema no es demográfico, pues para ellos los hombres son intercambiables y equivalentes, sino de «conversión» ideológica. No ven en el islamismo una presión demográfica sino un voz discordante, por eso su solución es lo que ellos llaman, la «integración», es decir que esas masas alógenas se queden a vivir en nuestro suelo siempre que acepten los principios liberal-democráticos, entendidos como dogmas de validez universal.
De un diagnóstico opuesto sólo pueden derivar soluciones inversas, para los identitarios la «integración» no es solución alguna, pues no creemos en el hombre universal regido por un patrón de conducta planetario, la solución no es otra que la repatriación de esas masas de inmigrantes a sus lugares de origen. Con esto llegamos al segundo punto problemático. Si para nosotros los identitarios, la solución es la repatriación, no es menos cierto que tras esa repatriación reconocemos y apoyamos a los musulmanes a que escojan y se rijan por el sistema político e ideológico que consideren más oportuno y conforme a su identidad e idiosincracia, que sea laico o islámico es una decisión que les corresponde a ellos como pueblos soberanos. Nada tenemos que decir los europeos al respecto, eso sí, siempre que no amenacen con reivindicaciones expansivas sobre nuestra Europa que empieza en Ceuta y Melilla y termina en el Cáucaso ruso, pasando por los Balcanes.
Como no podría ser de otra manera, el «mundialismo antiislamista» y su mesianismo universalista, considera que sólo hay un modelo válido para todo el planeta a imponer urbi et orbe por la fuerza de la razón o de los superbombaderos y el napalm. Enemigos del derecho de los pueblos a decidir su destino y sus formas de organización, consideran justificado cualquier intervención militar en los más alejados rincones del mundo con el pretexto del «islamismo» y azuzando y manipulando el termo lógico que el fanatismo islámico causa a las poblaciones europeas para vincularlas en el apoyo a guerras expansivas de los Estados Unidos y sus aliado en el llamado Nuevo Orden Mundial.
Si hemos de poner un ejemplo del «antiislamismo mundialista» podríamos referirnos al polémico holandés Greet Wilders autor del polémico y muy discutible documental Fitna. A Wilders, abiertamente vinculado a los intereses del Estado de Israel, se le podrán achacar muchos defectos pero desde luego entre ellos no están la falta de claridad y sinceridad. En unas conocidas declaraciones a la prensa manifestó: “«no soy racista, jamás me sentaría en el Parlamento europeo en un grupo con Le Pen, con no sé qué fascista rumano o italiano o con el Vlaams Belang (...) Admiro a Israel, la única democracia de Oriente Próximo». Sería loable que los identarios tuviéremos la misma claridad a la hora de diferenciar nuestra oposición a la expansión islámica en Europa de otros intereses ajenos a nuestros pueblos y a nuestra ideología.
Enrique Ravello.